La Iglesia católica colombiana está sufriendo una descomunal caída en las vocaciones de seminaristas y novicias. Y no solo es resultado del desinterés de los jóvenes: los escándalos de abuso sexual cometidos por sacerdotes han espantado a las nuevas generaciones y a sus familias. ¿Llegó la hora de levantar el celibato y de que las mujeres sean ordenadas al igual que los hombres?

José Alberto Mojica Patiño - @JoseaMojicaP Editor de Reportajes Multimedia

El padre Manuel Vega es el director del Departamento de Vocaciones de la Conferencia Episcopal; es decir, del despacho encargado de las estrategias para reclutar a jovencitos de todo el país que serán las nuevas generaciones de sacerdotes. Una cosecha cada vez más árida y preocupante: la Iglesia Católica colombiana —y la del mundo, en general— viene enfrentando una caída sin precedentes en las vocaciones.

Curas

Y él es un claro testimonio de esta situación, pues tuvo que abandonar su oficina en Bogotá para irse de párroco de El Rosal (Cundinamarca) porque el cura del pueblo se acababa de jubilar. Y no tenían a nadie más para reemplazarlo. Eso ocurrió en el 2020, en plena pandemia. Pero ya regresó al Episcopado, donde también despachan las máximas autoridades eclesiásticas del país.

El padre Manuel Vega tiene en sus manos varias hojas con unas cifras aterradoras. Una información confidencial a la que accedió EL TIEMPO. Pero antes de revelarlas aclara que movimientos como el suyo son cada vez más frecuentes porque los sacerdotes se empiezan a agotar en nuestro país.

El padre Vega lee la información y queda claro que las cifras de las vocaciones van en picada: mientras que en el año 1990 eran 5.450 seminaristas diocesanos —vinculados directamente con el Episcopado a través de sus 82 diócesis y arquidiócesis en todo el país en algo así como el gobierno eclesiástico— en el 2020 solo había 2.424.

Los demás seminaristas —o novicios, o hermanos— pertenecen a comunidades religiosas como los jesuitas o los salesianos o los capuchinos o los benedictinos, entre decenas más. Son 61, según el inventario de comunidades religiosas masculinas de la Arquidiócesis de Bogotá. Y ellos, aunque hacen parte de la Iglesia católica, son comunidades independientes que funcionan bajo sus propias normas sin depender del Episcopado.

De 5.450 seminaristas en 1990 a 2.424 en 2020

Curas
*Seminaristas diocesanos que hacen parte de la Conferencia Episcopal. De los seminaristas o religiosos de otras comunidades católicas no hay datos.
Curas

Y aunque también reconocen que sufren una crisis en las vocaciones que los preocupa, no cuentan con datos consolidados. Eso lo explicará el hermano César Augusto Rojas, presidente de la Conferencia de Religiosos de Colombia (CRC), que reúne a todas las comunidades religiosas del país. Él pertenece a los Hermanos Maristas.

Esta problemática resulta incómoda para el clero colombiano, como muchas más. Otro tema del que han preferido no hacer bulla. Pero poco a poco lo han venido reconociendo. En un editorial del periódico El Catolicismo, de la Arquidiócesis de Bogotá —publicado el 15 de diciembre del 2020—, destaparon todas sus cartas. Admitieron que el otrora glorioso Seminario Mayor de Bogotá, ubicado en la avenida séptima con calle 93 y donde hace décadas hormigueaban los seminaristas, solo cuatro jovencitos fueron admitidos para el 2021. ¡Cuatro!

“Es un número que crispa los nervios de todo el estamento sacerdotal de la Arquidiócesis de Bogotá. Y parece que el panorama en las otras diócesis urbanas puede no ser muy diferente. No hay memoria reciente en la Iglesia en Bogotá de una situación vocacional tan precaria y, desde luego, tan preocupante”, se lee en el texto, bajo el título: ‘Cuatro’. Y añade que la Arquidiócesis de Bogotá tiene alrededor de 300 parroquias y quizás más de cuatro millones de habitantes, de los cuales cerca del 80 por ciento se profesa católico. Hay otras diócesis urbanas que abarcan el resto de la población capitalina.

¿Es el ambiente o la cultura en que se mueven hoy los jóvenes el que ha borrado del todo cualquier pensamiento sobre una posible vida sacerdotal?

¿La Iglesia local está empezando a pagar la factura de los escándalos que se han dado entre el clero a lo largo y ancho del mundo, aunque posiblemente no tanto aquí mismo?

Y sí: los crímenes y pecados cometidos por los sacerdotes violadores los están pagando con sangre. En Bogotá y en todo el país y en el mundo.

Curas

A comienzos del pasado mes de marzo se conoció un nuevo escándalo que causó estupor en la opinión pública colombiana. Una adolescente de 13 años, que le ayudaba con los oficios al padre Carlos Carvajal Galvis, párroco de la iglesia de la Inmaculada Concepción en San Bernardo del Viento (Córdoba), empezó a manifestar fuertes dolores en su vientre. Sus padres pensaban que eran cólicos menstruales, pero aún así la llevaron al médico, que después de examinarla determinó que había sufrido un aborto.

Fue en ese instante en el que les contó a sus papás que el padre Carlos la violaba, que quedó embarazada y que el mismo cura la obligó a abortar. Los padres denunciaron al sacerdote, quien desapareció durante varios días hasta que decidió entregarse ante la Fiscalía de Montería, de la mano de un abogado. El cura fue sindicado por acceso carnal violento con menor de edad.

La Diócesis de Montería lamentó lo sucedido. Informó que está atenta a los requerimientos de las autoridades civiles y aclaró que desde el pasado 26 de febrero apartó al padre Carvajal del ministerio sacerdotal.

El impacto demoledor de la pederastia en el clero lo reconocerá monseñor Luis Manuel Alí Herrera, un barranquillero bonachón que ocupa la Secretaría General de la Conferencia Episcopal y un importantísimo cargo en el Vaticano: es miembro de la Comisión Pontificia de Protección de Menores, que busca contrarrestar, precisamente, la plaga apocalíptica de los curas abusadores.

Monseñor Alí, de ascendencia árabe —su abuelo sirio llegó a Colombia y se casó con una paisa—, ha liderado la creación de estrictas políticas para la protección de menores de edad en iglesias y ambientes eclesiásticos de Bogotá y en varias regiones, que han prometido tolerancia cero con los sacerdotes pederastas y colaboración total con las autoridades civiles.

“El llamado es el llamado y Dios sigue llamando. Estamos en una crisis vocacional y eso hay que reconocerlo sin pelos en la lengua”, expresó monseñor Alí, también vocero del episcopado colombiano, al insistir en que dicha situación se debe, en gran parte, a los escándalos de los sacerdotes pederastas.

Un entusiasmo a la baja

Curas
Curas

Monseñor Alí recuerda que la visita del hoy san Juan Pablo II a Colombia, en 1986, desató un entusiasmo de muchos jóvenes. Entonces, de 18 seminarios diocesanos pasaron a 62. Fue la época con el mayor número: más de 5.000 en 1990. Hoy, reconoce monseñor Alí, han cerrado 10 seminarios. Y confiesa que varios de los existentes tienen números bastante reducidos.

“Claro que los escándalos en nuestra Iglesia han tenido que ver. Pero también hay causas externas como la descomposición familiar. Y estamos en un mundo cada vez más laico. Ya no existe una hegemonía católica. Y el mapa católico de Colombia también ha cambiado”, reflexiona monseñor Alí.

EL TIEMPO tuvo acceso al Anuario Pontificio: un robusto documento del Vaticano que se actualiza cada año con la información de todas las parroquias del mundo. En ese inventario estableció que hay 6.725 sacerdotes ordenados en el país. Es decir, menos de uno por cada 10 habitantes de las zonas donde hace presencia la Iglesia Católica colombiana. Y uno por cada una de las 4.214 parroquias que, según el Anuario Pontificio, tiene el país. Y añade que, en el 2021, solo hubo 50 ordenamientos de sacerdotes en la jurisdicción colombiana.

Vale recordar que Colombia sigue siendo un país mayoritariamente católico. En un estudio reciente del Departamento Administrativo Nacional de Estadística (Dane) determinó que el 78,5 por ciento de colombianos profesa esa religión. Le siguen las confesiones evangélica y pentecostal, con una distancia abrumadora: 6 por ciento. Y se destaca un dato, que ocupa el tercer lugar: el 5 por ciento de encuestados reconoció que cree en un ‘Ser Superior’, pero afirmó no pertenecer a ninguna religión. Este sector de la población se incrementó en 877.000 personas en seis años, lo que significa un aumento del 72,4 por ciento entre 2015 y 2021.

Curas

Un mundo cada vez menos religioso

Curas
Curas

Fabián Salazar, teólogo y director de la Fundación para el diálogo y la cooperación Interreligosa Interfé, adjudica la crisis de vocaciones a varios aspectos: a la disminución del número de hijos en las familias (hace 50 años, la mujer colombiana tenía siete hijos, en promedio. Hoy, tiene en promedio dos y desea tener 1,6, según un estudio de la Universidad de La Sabana elaborado con cifras del Dane); al aumento de las ofertas religiosas (el inventario del Ministerio del Interior cuenta a 5.374 cultos inscritos, independientes al catolicismo) "y también al descontento frente a las instituciones eclesiales", puntualiza Salazar.

Otro punto que tiene que ver son los filtros para ingreso a los seminarios, que se han fortalecido en los últimos años. Todo un equipo interdisciplinario se encarga de analizar no solo la experiencia espiritual y los intereses de fe de los aspirantes, sino su salud mental y su experiencia sexo-afectiva. Un obispo, que pidió no ser identificado, fue enfático al afirmar:

“Vocaciones sí hay. ¡Claro que hay! Lo que pasa es que los requisitos de ingreso son cada vez más estrictos. Pareciera que en lugar de sacerdotes están buscando ángeles”

dijo el prelado al referirse al considerable porcentaje de aspirantes inadmitidos, del cual afirman no tener información en el Episcopado.

“No es que los rechacemos: les ayudamos con el discernimiento. Han llegado muchachos con problemas psiquiátricos. O narcisistas. Otros llegan buscando salidas a sus condiciones económicas y sociales pues saben que en el seminario les darán comida y encontrarán un sustento y una forma de ganarse la vida”, sigue monseñor Alí.

Y también les aclara que por más vocación que sientan, pues algunos vienen deleitando “las mieles de la mística y la fe”, también tendrán que probar el amargo de la renuncia. “Claro que nos pasan cosas muy chéveres, pero al final es una renuncia: a la familia, al dinero, a disfrutar muchas cosas del mundo”.

Por eso, añade, fortalecer la participación y el protagonismo de los laicos está entre las estrategias para suplir estas ausencias. “Las parroquias no pueden funcionar solo si un cura está a cargo. Un laico podría llegar a ser un párroco”, sigue monseñor Alí al destacar experiencias similares en otros países y que aquí se podrían aplicar. También considera que es hora de darles un lugar mucho más protagónico a las mujeres, que ya han tenido que asumir el rol de los sacerdotes ante su ausencia. Sobre todo a las monjas y religiosas, “que son unas berracas”.

Curas

La hora de las mujeres

Curas
Curas

Es el caso de las misioneras de la Madre Laura Montoya, la primera y única santa de Colombia, canonizada en mayo del 2013 por el papa Francisco.

“Acompañamos a los indígenas en los diferentes eventos. Cuando el sacerdote no puede hacer presencia y se necesita que haya un bautismo, nosotras bautizamos; si alguien se quiere casar, nosotras hacemos presencia y somos testigos de ese amor; y muchas veces nos ha tocado escuchar en confesión”, dijo la hermana Alba Teresa Cediel en el Sínodo de los Obispos para la Región Panamazónica que se celebró en el Vaticano en octubre del 2019. Un anuncio que le dio la vuelta al mundo, pues la misionera colombiana dejó claro que, sin pedir permiso —al estilo de su santa fundadora—, ella y sus compañeras han tenido que asumir los roles de los sacerdotes allá en la selva a donde solo van ellas. En la comunidad de la Madre Laura también sufren una preocupante caída en las vocaciones, aunque no tienen cifras establecidas.

Curas

La hermana Marta Escobar, misionera carmelita y secretaria general de la Conferencia de Religiosos y Religiosas, reconoce que la situación de los conventos no es distinta a la de los seminarios. Y en el caso de las religiosas, de las cuales muchas ya tienen una edad avanzada, es igualmente delicado porque no se vislumbra un relevo a mediano plazo. Y aunque aclara que no existe un inventario general que dé cuenta sobre cuántas novicias existen en el país, admite que esas cifras también van a la baja.

Reconoce su preocupación por las obras sociales que las religiosas desarrollan en sus misiones o cuidando adultos mayores, o en el ámbito educativo; una situación también preocupante en el caso de los sacerdotes. Y cuenta que en diferentes lugares del país, distintas obras religiosas han tenido que fusionarse para que sus obras comunitarias puedan sobrevivir.

La hermana Marta Escobar lamenta que muchas religiosas, como es el caso de su comunidad, son enfermeras a las que, según denuncia, el sistema de salud ha venido excluyendo por su objeción de conciencia en el caso del aborto. Por eso, afirma, hace varios años ya no las contratan. Y gran parte de sus obras sociales las financiaban con lo que les pagaban por esos servicios.

Curas

El hermano marista César Rojas, presidente de la Conferencia de Religiosos de Colombia —que reúne a todas las comunidades católicas independientes a la Conferencia Episcopal—, se suma al llamado que busca darles más protagonismo a las mujeres. Incluso, cree que es hora de levantar esa restricción que les impide ordenarse como sacerdotes y obispos. Cree que serían salidas para enfrentar la crisis de vocaciones: “La mujer y la religiosa no se han valorado como debería ser. Son personas con toda la formación y el conocimiento. Tenemos una iglesia de dominación masculina. Hay muchas mujeres sometidas a lo que diga el sacerdote”.

Y Alberto Linero, reconocido autor de libros y presentador de radio y televisión, y quien renunció al sacerdocio en octubre del 2018 al reconocer que “vivía en una profunda soledad”, considera lo mismo: “Es inconcebible que las mujeres no puedan ser ‘presbíteras’ ni ‘obispas’. Y así como lo hizo el fallecido sacerdote jesuita Alfonso Llano hace varias décadas en su columna en este diario, cuando causó un gran escándalo al considerar que el celibato debería ser opcional, él piensa lo mismo.

“El celibato es un don de Dios y algunos lo tienen. Pero eso no significa que siempre que haya vocación tiene que haber vocación celibataria. Y eso lo han demostrado las iglesias ortodoxas, con sus presbíteros casados”. Y sigue: “Si la Iglesia quiere seguir teniendo hombres y mujeres que acepten la invitación de Dios, tienen que entender que la vida de familia y el ejercicio de la sexualidad son necesarias. Yo sospecho de quien no tenga una sexualidad sana. El que no la tiene no tiene una salud integral”

(Ver historia: ‘Es hora de levantar el celibato y de que las mujeres sean ordenadas’: Alberto Linero’)

Desde el Episcopado, monseñor Alí responde: “Creo que tarde o temprano la Iglesia tiene que plantear lo del celibato. El Papa ya lo ha planteado y del tema se viene hablando. Hay muchas resistencias, sobre todo en algunas naciones”. Sin embargo, aclara que levantar esta condición, que ha sido innegociable durante siglos, no es una opción para enfrentar la crisis de vocaciones.

“Se sigue reflexionando y meditando sobre el tema”. Habla de los viri probati: expresión con la que la Iglesia se refiere a los hombres casados, “de vida cristiana madura y contrastada, a los que, de modo extraordinario, se admite la ordenación sacerdotal”.​ También sobre los maronitas y sacerdotes de otros ritos orientales católicos donde pueden tener familia.

Y cree que el camino todavía es muy largo y espinoso para que las mujeres puedan ser ordenadas. Sin embargo, destaca dos avances muy significativos para ellas: los ministerios laicales dispuestos, que tienen un nivel más alto al de los grupos apostólicos o de catequesis pues cuentan con el aval y el acompañamiento del obispo respectivo; y también se estudia la figura de las diaconisas, que sería similar a la de los diáconos, que existen hace rato: hombres laicos que, tras cierta formación, pueden asumir el ministerio de la palabra, la liturgia y la caridad.

Curas
Curas

El bogotano Edwin Raúl Vanegas, de 46 años y 22 de vida sacerdotal, es el rector del Seminario Mayor de Bogotá. Esa sede majestuosa que el entonces arzobispo Ismael Perdomo mandó a levantar en las faldas de los cerros orientales y en lo que, entonces, era un potrero a las afueras de la ciudad. El mismo edificio donde hace varias décadas, cuando los hijos eran abundantes y era un honor que al menos uno de ellos fuera sacerdote, los seminaristas se contaban por montones. En las épocas más fecundas se contaban 120 o más seminaristas. Hoy, dice, son solo 34.

El padre Edwin destaca que, aunque ya no son tantos los aspirantes, muchos de los que están llegando a tocar las puertas de los seminarios ya son profesionales o han tenido alguna experiencia sentimental y han “conocido el mundo”; por lo tanto, ya tienen la mente y las convicciones más claras.

Y espera un repunte después de la pandemia, pues durante la crisis del covid-19 no se pudieron retomar las campañas de promoción de vocaciones. Y también espera otro repunte tras las agitadas protestas sociales de los últimos tiempos, pues considera que se han evocado esas figuras legendarias del cura obrero y comprometido por su comunidad. “Muchos jóvenes van a darse cuenta de que siendo sacerdotes pueden ayudar a su gente”, dice el padre Edwin.

¿Un veto a los homosexuales?

EL TIEMPO conoció el libro Ratio Nationalis: el don de la vocación presbiteral: un manual que incluye los requisitos que debe cumplir cada joven que desee ingresar a un seminario. Y en ese documento llama la atención un capítulo titulado: ‘Personas con tendencias homosexuales’. Dice, textualmente:

“La Iglesia, respetando profundamente a las personas en cuestión, no puede admitir en el seminario y a las órdenes sagradas a quienes practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas o sostienen la así llamada cultura gay. Dichas personas se encuentran, efectivamente, en una situación que obstaculiza gravemente una correcta relación con hombres y mujeres”, se lee en el texto, calcado de una instrucción vaticana.

Curas
Curas

Monseñor Luis Manuel Alí, el secretario general y vocero del Episcopado, también es psicólogo clínico de profesión. Durante 11 años fue formador de seminaristas. Y considera que esta medida no es discriminatoria. Sin embargo, es enfático al afirmar que se deben acoger con rigor las instrucciones vaticanas que indican que los jóvenes con tendencias homosexuales fuertemente arraigadas no podrían tener la capacidad de vivir en celibato.

“A los formadores lo que más les interesa en ese camino formativo es descubrir si tienen o no las capacidades para vivir su celibato. En castidad. Y si ven alguna dificultad o fuertes dependencias afectivas o una excesiva rigidez de carácter, se le dice: mira, me parece que deberías interrumpir este proceso y pensar en otro proyecto de vida”, explica. Y ese filtro, según él, aplica para quienes expresan manifestaciones homosexuales o heterosexuales asociadas a la posible incapacidad de vivir en castidad.

Sin embargo, aclara que cada caso es particular y que no se puede generalizar. Así que si un seminarista con este tipo de expresiones demuestra una verdadera convicción y capacidades para vivir en celibato —reflexiona monseñor Alí— puede seguir en el camino.

¿Cómo explicar este requisito en una Iglesia donde no es secreto que hay curas homosexuales, de los cuales, muchos terminan implicados en escándalos de abuso sexual?

En el 2013, el entonces arzobispo de Bogotá, Rubén Salazar, le dijo al autor de este reportaje cuando le hizo esa pregunta.

“Se les hace un seguimiento. Cuando se conoce que hay un sacerdote homosexual, se le ofrecen todas las posibilidades para que llegue a la castidad. Si no es capaz, debe abandonar el ministerio. Un sacerdote que no es capaz de controlar sus tendencias homosexuales, o sus tendencias heterosexuales, no es apto para ejercer el sacerdocio. Por lo tanto, no se puede decir que hay discriminación contra los homosexuales”

En el 2017, el mismo autor de este reportaje le preguntó a Salazar sobre la crisis de vocaciones, pues ya había conocido cierta información. Y él le respondió: “Claro que nos preocupa esta situación. Pero más que cantidad, nos interesa la calidad”.

Una plaga apocalíptica

Curas
Curas

“Hemos dado mal testimonio. Se han dejado pasar muchas cosas”, confiesa el sacerdote jesuita Hermann Rodríguez, provincial de la Compañía de Jesús en Colombia: la comunidad religiosa católica más importante del mundo. —¿Qué cosas? —Durante mucho tiempo, la Iglesia ha tapado el mal comportamiento de los sacerdotes porque había que proteger a la institución y eso ha generado gran descontento. La pérdida de credibilidad es muy grande. La gente cree en Dios y busca espiritualidad, pero cada vez menos creen en la Iglesia”, reconoce este caleño de 62 años y 43 de vida religiosa.—¿Qué tanto le preocupa la crisis de vocaciones? —De uno a diez…. diez. Es una preocupación que debemos atender: hacer promoción, movernos, buscar las vocaciones. Pero, por otra parte, es una voz de Dios y tenemos que leerla así: entre menos sacerdotes, más laicos. Y la Iglesia está dando un vuelco a un reconocimiento de un mayor protagonismo de los laicos en sus comunidades y obras.

Curas

En Colombia no hay datos consolidados sobre víctimas de abuso sexual por parte de sacerdotes o religiosos. Lo que se conoce es gracias a la prensa. El pasado 13 de marzo, en una entrevista en este diario, monseñor Luis José Rueda, arzobispo de Bogotá y presidente de la Conferencia Episcopal, le dijo al periodista Miguel Estupiñán:

“La situación de pederastia le duele a la Iglesia, nos duele a todos. Y debe ser trabajada con responsabilidad y en profundidad. Tenemos que llegar a un consenso, pero estamos dando todos los pasos seriamente para llegar a la contratación de una entidad que nos permita un estudio objetivo y un conocimiento de la verdad en este tema tan sensible, tan delicado y de tanta importancia para nuestra Iglesia y para la sociedad colombiana”

Curas

El periodista y escritor antioqueño Juan Pablo Barrientos es el autor de varios libros de rigurosa investigación —Dejad que los niños vengan a mí (2019) y Este es el cordero de Dios (2021), de editorial Planeta— que han revelado cómo, según sus palabras, “la Iglesia católica ha sido una empresa del crimen organizado trasnacional”. Se refiere a las figuras de encubriendo de sacerdotes acusados de abuso sexual que han contemplado, incluso, traslados hacia otros países con el fin de protegerlos, desconociendo las denuncias de las víctimas.

En sus investigaciones, que le han hecho merecedor de dos premios de periodismo Simón Bolívar, se ha enfocado en dos arquidiócesis: la de Medellín y la de Villavicencio. En esta última denunció a un grupo de 36 sacerdotes, que son investigados por la Fiscalía, por el presunto abuso sexual de un adolescente de 13 años. Dos mujeres, colaboradoras de una parroquia en la capital del Meta, fueron las que descubrieron la historia y fue entonces cuando Barrientos inició su investigación. La víctima le contó cómo fue abusado sexualmente por el primer sacerdote que le dio la mano, cuando no tenía ni zapatos, y que después lo empezó a rotar como un objeto sexual con varios de sus colegas. Por eso, a Barrientos no se le hace nada raro el cuentagotas de los seminaristas. “Es que es imposible creer y confiar en la Iglesia”, dijo el periodista.